Obra de fábrica II 90x90 cm. 2009
Veinte y
siete fue una buena añada.
Esas
instrucciones que se requería para inaugurar la buena conducción, los primeros
destetes laborales por las vías y la carreteras, los trípodes, y las miras
donde el punto del horizonte confluía todas las paralelas.
Autos sin
choque.
Eran años
dejados ahí para que maduraran, ahí, en la quietud de los hierros, en las
oraciones postergadas siempre en la memoria de una madre y sus ancestros nunca
olvidados por tu recuerdo simultáneo en ti.
Ciruelas,
algo radicales eso de los jugos, esos magentas.
Horadado,
resulta la siembra, botón espectacular lleno de hilos atrofiados en la ultramar
que no hará orilla ni ola en esta mar angosta, petulante las miserias llenas de
toallas y sábanas en el descansillo de la escalera.
Quién irá a
recoger los colores derramados?
No habrá
tantas abluciones referidas a mi afán de sufragar carnaval sin etiqueta,
aquella máscara ocupó los espacios reservados a los que ostentaban tronos, esos
destripados óleos dicen mucho de tu infancia.
No
quieras acordarte ahora nuevamente de los visores y las “matisas” que
prolongaban las carreteras para los trenes de velocidad alta, esbelta; y en un
ademán de recuerdos ascendían la vía a los altares del balastro postrer que
golpeaba a ritmo de nivelación las estelas infringidas por la aceleración.
Después hubo que nivelar La
Carlota y Azuaga la estirada ladera a dos vertientes donde la
palabra amistad tomo sentido reflejada dentro de la frustración, el miedo y los
desconocidos pusieron rostros a los condicionantes.
Del Libro "Águilas al Rey" 2.011
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